El regalo de Bach
Leipzig, Mayo de 1749
Acompañado del brazo por su hijo Carl Philippe, el viejo Bach desciende las escaleras de la Academia de Ciencias de Leipzig. Han escuchado una conferencia matinal que explicaba cómo una misteriosa fuerza, la gravedad, mantiene a los astros en perfecto equilibrio dinámico. Los tiempos ya no son los que eran, las “luces “y la ciencia newtoniana están cambiado la manera de significar la naturaleza de las cosas.
Montados en su carruaje, se dirigen a las afueras de la ciudad. El viejo Bach, casi ciego, vestido a la antigua con casaca oscura y peluca pasada de moda, se mantiene como último bastión de un tiempo que termina, el tiempo de Lutero.
Tumbados en la hierba ya no hablan, es primavera y la luz, la temperatura y el ronroneo del agua al correr son magníficos. Bach parece dormido, pero se mantiene consciente en un estado placentero entre la vigilia y el sueño, desde el que domina a la perfección la actividad de su cerebro.
Carl Philippe observa a su padre con respeto, sufre nostalgia por ver que la vejez le priva poco a poco de los sentidos. Sin embargo, inmensamente feliz, el viejo Bach disfruta de no hacer nada. Consciente del momento, se deja llevar por las imágenes que le surgen y trasladan a su juventud, cuando escribía en Cöthen el Allegro de una sonata para violín. Como acostumbra, se dispone a dejar brotar su música desde el mejor instrumento, su cerebro, cuando, al más antiguo de los músicos del futuro, Dios lo duerme profundamente y le regala un sueño premonitorio.
Bach escucha su Allegro transcrito para guitarra española, observa la escena de un tiempo que vendrá, mientras, Carl Philippe mira la divertida sonrisa que se dibuja en el rostro de su padre…
Ignacio Botella Ausina