Envejecer felizmente
Con el paso del tiempo todo se transforma sobre sí mismo, pero a diferencia de los objetos que nos rodean y del resto de la naturaleza, nosotros podemos hacerlo con conciencia, es decir, dándonos cuenta del proceso para intervenir en él.
Nuestro cuerpo envejece, sin embargo podemos cuidarlo con ejercicio, buena alimentación, y una constante y sana curiosidad sobre nosotros mismos, aplicando racionalidad y decisión a nuestra conducta.
Por el contrario, la falta de conciencia en nuestra actividad diaria es una fuente de irracionalidad y de conductas automáticas que alimentan las obsesiones y manías que se instalan y se fortalecen con el paso del tiempo.
La irracionalidad es indulgente con los defectos propios y justiciera con los ajenos, nos provoca ira, infelicidad y deterioro.
La irracionalidad alimenta una pretendida justicia basada en nuestros principios inamovibles: normalmente, unas pocas ideas instaladas en nuestro cerebro que, circulando sobre sí mismas, provocan la rigidez propia de lo viejo.
La capacidad de abrir puertas y ventanas para ventilar los pensamientos atrapados en sus propias convicciones, y el trabajo periódico de ponernos en duda con curiosidad, moldeando nuestro cerebro, favorecen la flexibilidad propia de la juventud.
Quizá el arte de envejecer felizmente, consista en transitar el camino del autoconocimiento físico y psicológico en busca de ese estado idóneo de equilibrio entre cuerpo, emociones y razón, propio de una ancianidad feliz y sabia.
Ignacio Botella Ausina