Escuchar lo que sucede
Quizá, sin los filtros psicológicos y mentales, con los que nos construimos la realidad a nuestra medida, encontremos otra más sencilla e integradora. Por ejemplo, si logramos mantener la atención con presencia en el discurso sonoro de la música, -evitando que la mente se distraiga en pensamientos conducidos por nuestra particular forma de imaginar, sentir o razonar- nos haremos uno con ella y quizá, escuchemos lo que sucede.
La música, como la vida misma, se sucede en el tiempo en una constante transformación de acontecimientos y emociones. Como lenguaje no puede decir nada concreto pues no tiene semántica y no contiene razonamientos. Habitualmente va dirigida a nuestras emociones sugiriéndonos estados de ánimo que, mediante asociaciones subjetivas personales, ponen en funcionamiento los pensamientos.
Si la música es programática, es decir, si está basada en una idea literaria o intenta describir un lugar y lo sabemos de antemano, es posible que condicione nuestros pensamientos. En cambio si la música es absoluta, es decir, si en sí misma encierra su propio significado, nos surgirán recuerdos o imaginaremos y pensaremos en nuestras cosas. En cualquier caso, es fácil que escuchando música perdamos la atención en la música misma y acabemos distraídos en discursos personales que poco o nada tienen que ver con ella.
Por muy placentero que pueda a llegar a ser lo anterior, escuchar música puede ir mucho más allá. Podemos escuchar música sin distraernos, con la atención puesta en lo que sucede, que no es otra cosa que la constante transformación del discurso sonoro en términos de altura, de volumen, de timbres, de velocidad, de tensiones, de relajaciones, de atracciones y reposos. No se trata de identificar o verbalizar mentalmente cada momento de esta evolución, sino simplemente dejarse llevar por ella sin perder la atención en la música misma.
Una obra de arte musical es en sí misma un objeto sonoro en constante transformación. Si nos apegamos a alguno de sus momentos, enseguida acontece el siguiente y perdemos la presencia en su discurso. Podemos entender así que la música es una preciosa metáfora sonora de la constante mutación de la vida en acontecimientos y emociones. Es un perfecto ejemplo de que si nos apegamos a las cosas que nos gustan o nos quedamos anclados en los disgustos, como si el sufrimiento que nos producen fuera para siempre igual, viviremos en un constante estado de ansiedad e infelicidad. La música nos habla de la necesidad de aceptar el cambio perpetuo manteniéndonos alerta en medio de la tormenta o de la calma de la vida, con la seguridad de que nada será lo mismo.
La Audición Plena de la Obra Musical consiste en la escucha atenta y con presencia en el discurso sonoro. Aprendemos a utilizar la música como soporte de la atención. La actitud debe ser la de apreciar y aceptar la constante transformación de los acontecimientos sonoros y de las emociones, recuerdos o imágenes que nos producen, sin quedarnos atrapados en ellos. Con la práctica ejercitamos nuestra capacidad de darnos cuenta de lo que sucede y de lo que nos sucede sin quedarnos apegados a ello.
Es un magnífico ejercicio que nos invita a trasladar esta actitud al discurso de la vida, para simplificar nuestra realidad, aceptar la del otro y sentirnos uno con los demás más allá de las diferencias aparentes. Es una invitación a la vida.
Ignacio Botella Ausina