Música contemplativa
La música contemplativa no va a la deriva. Se mece arraigada en el profundo espacio sonoro, homogéneo e inabarcable.
No es necesariamente lenta ni necesariamente rápida, es necesariamente articulada en momentos que anuncian desde sí mismos el siguiente.
En superficie invita a la emoción en un espacio de subjetividades compartidas. Su seno es colectivo, jerarquizado y organizado en sistemas musicales culturales, sujetos a creencias y verdades presas de tiempo y lugar.
En lo más profundo, su esencia es homogénea y universal, con aroma a cordialidad que no distingue entre el número de Pitágoras, la mística gregoriana, la estética de Mozart, la ética de Beethoven o la narrativa de Mahler.
La música contemplativa no es lineal, es cíclica. No tiene fin, tiene finalidad. Se transforma infinitamente sobre sí misma. Su aparente final no es un momento más, es el fruto de la experiencia que te transforma en cada interpretación.
La música contemplativa no es necesariamente sonora, es necesariamente bella. Se descubre en la observación vital, pausada, atenta, consciente e integradora del universo que te rodea.
Ignacio Botella Ausina